Francis y Virginia son huérfanos. Ambos vivían en orfanatos del estado de Maryland, en Estados Unidos; él en uno de niños, ella en un...
AMIGA ¡YO QUERER AYUDAD!
Francis y Virginia son huérfanos. Ambos vivían en orfanatos del estado de Maryland, en Estados Unidos; él en uno de niños, ella en uno de niñas. Finalizando el año escolar, el hogar donde creció Francis hizo una fiesta e invitaron a todas las niñas de la Casa Albergue donde creció Virginia.
Desde el baile quedaron prendados uno del otro, siguieron viéndose y conociéndose hasta hacerse novios y, años más tarde, se casaron. De esa unión nace esa persona que motivó esta historia: Michael. Muchos hemos tenido la dicha de crecer en familia unida impregnada de valores. Pero los padres de Michael, por su propia historia de vida, inculcaron en él la Fe Cristiana para agarrarse ante tantos problemas que nos presenta la vida, y el agradecimiento a Dios por su guía, su ayuda en todo momento. Le enseñaron desde pequeño que no había mejor manera de retribuir las bendiciones que ayudando a otros que pudieran estar necesitando una mano amiga. Crecieron huérfanos pero gracias a toda la ayuda recibida se convirtieron en hombre y mujer de bien, en pareja y en familia, en padres. Y por eso en casa de Michael todos los días eso se agradecía acercando sonrisas, esperanza, alimentos y ropa a quienes la pasaban mal, a quienes menos tenían.
Michael es hoy un empresario Naviero. Por su profesión y especialización ha viajado mucho por América Latina. Vivió unos años en Costa Rica. Otros años en Panamá, país donde se encuentra la compañía de la cual es director. Sí! Conoce Venezuela. La visitó hace más de 20 años y quedó encantado de “esa belleza suyo”, que fue la frase textual, en su spanglish bastante avanzando, que me envió en el mensaje de voz. No olvida nuestros paisajes, nuestra comida y nuestra gente, “muy alegre y trabajadora”. Recorrió nuestras costas, destinos obligados dada su profesión, y pudo además conocer a fondo Caracas y visitar un día “su pueblo de montaña linda”, La Colonia Tovar.
Durante toda su carrera profesional ha podido realizar una hermosa acción social en Panamá, brindando recursos en metálico y en insumos a una Casa de abuelitos y un Orfanato, distinto quizás a aquel en el que crecieron sus padres por su toque tropical, pero igual colmado de esperanza e ilusión para los niños que cobija y alberga. Pero con Venezuela nunca había tenido nexo cercano. Eran solo “toques de negocio” de pocos días.
El año pasado Michael conoce a una venezolana. Se trata de Adriana. Llega a ella necesitado de una traductora pública y recomendado por la hermana de Adriana que vive en el norte. Se contactaron vía correo electrónico y Whatsapp. Entre tantos mensajes por el trabajo que iban y venían se dejaban colar los comentarios, por parte de Adriana, de la situación que se vivía en nuestro país. Era el mes de Abril de 2017. Todos los días protestas, trancazos y muertes. Todos los días el asesinato de un joven nos sacudía. Comenzó entonces Michael a sufrir no solo por Adriana y su familia, sino por nuestro país, su gente. La angustia lo llevaba a leer, leer mucho, y ver con detenimiento los reportajes que podía ver en la televisora de Panamá y de los Estados Unidos. Adriana sentía de su parte una preocupación siempre genuina. De un trabajo nacía una amistad y una compañía a la distancia.
En lo personal quedé impresionada de cuánto conoce Michael acerca de la historia política y económica de Venezuela. Cuán claro está del país que tuvimos años atrás, con todo y los errores de políticos de la IV. “Habían cosas que conseguir y mejorar pero lo de ahora ser un desastre”, me dice en otra nota de voz. Adriana terminó el trabajo de traducción solicitado por Michael pero siguieron chateando, el contacto continuó. Y me cuenta él que entristeció demasiado viendo un reportaje acerca de la crisis en Venezuela. La periodista le comentaba a una madre, a quien entrevistaba, lo lindo que era su niño de dos años. Y la madre le respondió: “No mija, él tiene 7 años pero cómo va a crecer con lo poco que tengo para darle de comer”. No pasaron diez minutos cuando le escribió un mensaje a su amiga Adriana. “Quiero ayudar en Venezuela y ahora cuento con una intermediaria. Por favor te quiero transferir un dinero para que acerques ayuda a quien consideres”. No hubo condiciones. No hubo resquemor de ningún lado. Cómo en una amistad sincera, lejana en lo físico pero tan cercana en empatía, tan identificada en valores.
Y Adriana, por comentarios alguna vez expresados por Mike y por consejos de una amiga, decide que quienes más sufren esta cruda crisis son dos grupos vulnerables, en ambos casos por la edad: Los niños y nuestros abuelos. Los niños con un futuro por delante que se ve truncado ante una mala alimentación. Los abuelos por los achaques propios de la edad que requieren tanto tratamiento, por el abandono cruel que muchos padecen, por sociedad y por crisis, y son cuidados por manos bendecidas, monjitas amorosas. Lista y emocionada por comenzar la tarea asignada recordó el Hogar de Ancianos La Providencia, ubicado en San Martín. Desde hace ya muchos años su mamá le pedía compañía y ayuda cuando llevaba a los abuelos, todos hombres, ropa que recogía entre amistades. La señora Aida, madre de Adriana, pasaba además una mensualidad fija a las monjitas para ayudarlas. Me hace llegar Adriana el recuerdo cuando, horas antes de presentar el difícil examen que la certificaba como traductora oficial, en el año de 1993, le hace la promesa a Dios de donar todo su sueldo ayudando al hermano caído, al hermano desprotegido. ¡Wao! ¡Cuánto pude comprar y llevar al asilo, qué bien me sentí! Pero la crisis afecta a todos, difícil que sobre lo suficiente para ayudar hoy en día. Así que el gesto desprendido, noble y humano de Michael hacia un pueblo para él lejano llegó del cielo para Adriana, las monjitas y los abuelos.
Por conversación telefónica con una de las religiosas supo de primera mano las necesidades más prioritarias que tenían. Buscó aquí y allá lo anotado tratando de estirar al máximo los reales. Proeza en la Venezuela actual de la escasez y la hiperinflación desmedida. Me cuenta con tristeza cómo en un local, donde además la conocían, se negaban a venderle más de una bolsa de detergente con todo y que les explicaba el destino del producto. Pero después de muchas horas logró el cometido. Hipertensivos, arroz, pasta, harina, aceite, azúcar, jabón para lavar ropa, cloro, desinfectante, por nombrar parte de lo que contenía el regalo que Mike le brindaba al asilo.
La alegría de las monjitas no era normal. La llamada no solamente se convirtió en realidad; el regalo superaba sus expectativas. Adriana quedó feliz de retornar al lugar de hermosa capilla, casa grande con corredores. Este asilo se construye por otra promesa. Un vecino al ver cumplida una petición de salud a San Antonio, lo construye con todo y enorme capilla dedicada al Santo y a nuestro Señor. Y continuó el agradecimiento porque por fin podrían reparar las tuberías. Parte de la ayuda enviada desde lejos por Michael a este hogar les llegaba en transferencia a su cuenta para poder contratar y pagar la reparación. Fotos y Videos salían por el Whatsapp. Michael se emocionaba viendo la sonrisa de las religiosas y hasta pudo admirar la hermosa capilla. Y este dúo dinámico continuará arrimando ayuda. Ambos quieren ahora llevar alimento a niños.
Comparto esta historia para llenar de esperanza a cada lector. En el mundo hay gente bonita y especial, de bellos sentimientos y aplicados en la mejor fórmula para el agradecimiento: Acercar Ayuda. En el mundo hay personas que se preocupan por Venezuela y su gente, aunque la hayan visitado poco o incluso sin conocer esta tierra por ahora en crisis. Michael es un ejemplo. Musa para el accionar social. Adriana una intermediara consciente de que alrededor hay montones pasándola mucho peor que ella.
Dios bendiga a esta dupla. A estos corazones buenos. A Francis, a Virginia.
Dios bendiga a Venezuela, a sus niños, a sus abuelos.
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